¿Desfile militar para celebrar un golpe fallido? Hitler lo hacía cada año para “gloria” del fracasado de 1923. Alerta de Teódulo López Meléndez, que, sem dúvida, não pode deixar de indiferentes os que, sem reserva mental, defendem a democracia em qualquer parte do mundo. Teódulo López Meléndez é escritor, diplomata e editor.
Reservistas que gritan socialismo
o la lectura de un historiador inglés
Teódulo López Meléndez
LA CELEBRACIÓN de un desfile militar para conmemorar un intento de golpe de Estado es ya, en sí, una afrenta. Reservistas gritando “Patria, socialismo o muerte” y la colocación en las puertas de los cuarteles de letreros con esa consigna, tal como lo demuestra la fotografía publicada por un diario nacional, nos hace ver que la Fuerza Armada Nacional es tratada no como tal, sino constreñida a ser el ejército de una facción en el poder, o tal vez deberíamos decir de una “falange” en el poder, o quizás deberíamos decir de un “fascio” en el poder. La colocación, por vez primera desde Pérez Jiménez, de la banda tricolor presidencial sobre un uniforme militar elimina toda duda sobre esta realidad.
LEO HITLER, del historiador inglés Ian Kershaw y veo venir la celebración de la Copa “América”. El paralelismo de cómo el nacionalsocialismo del siglo XX utilizó las Olimpíadas de 1936 para mostrar la “frescura” de Alemania, la “felicidad” de Alemania, la “grandeza” de Alemania y “los deseos de paz de Alemania”, me hace advertir que la fiesta futbolística que se celebrará en Venezuela será utilizada para mostrar “los avances del socialismo”, la “felicidad de los venezolanos” y el “amor por el comandante de la revolución”. Veremos pendones en todos los estadios. Aquí habrá gente de todo el mundo, tal como en las Olimpíadas del 36, en medio de grandes fastos, de opulentas celebraciones, de grandiosos agasajos.
¿DESFILE militar para celebrar un golpe fallido? Hitler lo hacía cada año para “gloria” del fracasado de 1923. Leo en el libro de Kershaw como, desesperados, los militares alemanes se miraban los unos a los otros y argumentaban “el pueblo está con Hitler”, para volver a la parálisis total y a la resignación, aún a sabiendas de que el camino que seguían conducía a la destrucción de Alemania. Este libro del historiador inglés es el mejor ensayo que he leído sobre la locura colectiva, de cómo se dejaron pasar “pequeñas violaciones” en aras de la reconstrucción de la grandeza alemana, de cómo se recurrió a la “vista gorda” ante los “éxitos” de Hitler, perdonándole así sus desvaríos. Leo aquí como la oposición al régimen fue aplastada hasta convertirla en nada, proceso que comenzó con la Ley Habilitante que Hitler hizo aprobarse en 1933 con el nombre de “Ley para la protección del Pueblo y el Estado”, bajo el argumento de que era necesaria la rapidez para avanzar con la revolución nacionalsocialista.
ESTAS MÁS de 2.500 páginas del Hitler de Ian Kershaw, originalmente publicado en inglés en el 2000 y en español en el 2002, demuestran como 60 años después de la tragedia alemana aún faltaba mucho por decir. Especial interés revisten las contradicciones internas del régimen nazi, las pugnas por la obtención de cuotas de poder, las oportunidades desperdiciadas por los hitlerianos para desembarazarse de Hitler. Cuando un régimen acumula tanto poder y se centra en la figura de un caudillo, toca a las propias fuerzas internas tomar decisiones. Lo que hay que recordar es que esas fuerzas internas existen.
LA DECLARACÍON abierta la dio el general Müller Rojas: la reserva existe para evitar un golpe de Estado. A la luz de esta afirmación se concluye que el desfile del 4 de febrero fue uno de advertencia a la Fuerza Armada Nacional, uno contra la Fuerza Armada Nacional, uno de temor frente a la Fuerza Armada Nacional, uno de intento de imposición a la Fuerza Armada Nacional de obediencia ciega bajo la amenaza de un ejército paralelo.
CON LA LECTURA de Kershaw uno se da cuenta que el poder totalitario no es una roca indestructible como aparentemente luce. Las conspiraciones estaban al orden del día y, una de las cosas más interesantes, a pesar de la SS Hitler no se enteró, ni siquiera que el propio Jefe del Estado Mayor, el fiel seguidor, era el líder de una de ellas. Las implosiones vienen de la estructura misma del poder totalitario, implosiones siempre vivas y al borde de encenderse. Los éxitos sin disparar (Austria, los Sudetes) mantuvieron al Führer en el prestigio. Después los militares alemanes tuvieron que pelear y las docenas de conspiraciones para derrocar a Hitler se fueron disipando. Militar en guerra no conspira, a menos que la guerra conduzca al suicidio.
LAS CONTRADICCIONES, los apetitos desatados, los deseos de poner término a la situación indeseable, no son visibles en el poder totalitario. Este parece, hacia fuera, una roca inconmovible, pero adentro es una jaula donde las pasiones siempre están al rojo vivo. Es, al menos, lo que uno concluye leyendo Hitler de Ian Kershaw.
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